El Robachivas, cuyo nombre real era Humberto Ojeda, fue un poderoso narcotraficante colombiano de los años 90, aliado del Cártel de Sinaloa. La razón principal de su asesinato fue una grave falta de respeto a los códigos del narco. Tras la muerte de Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, en 1997, “El Robachivas” no mostró sus condolencias y, en su lugar, se enfocó en la construcción de una ostentosa mansión en Culiacán. Esta actitud, sumada a su estilo de vida extravagante, enfureció a Ismael “El Mayo” Zambada, quien, en alianza con Vicente Carrillo Fuentes, ordenó su ejecución.
La Falta de Respeto que se Paga con la Vida
En el violento y jerárquico mundo del narcotráfico, hay reglas no escritas que son más sagradas que cualquier ley. Códigos de honor, lealtad y, sobre todo, de respeto. Y romper uno de esos códigos puede tener consecuencias fatales, sin importar cuán poderoso o rico seas. Esta es la historia de Humberto Ojeda, el narco colombiano conocido como “El Robachivas”, un hombre que construyó un imperio de droga, pero cuya ostentación y una inoportuna falta de respeto lo llevaron a una muerte brutal, ordenada por uno de los capos más legendarios de México.
¿Quién fue “El Robachivas”? El Aliado Colombiano del Cártel de Sinaloa
Humberto Ojeda, también conocido como “Beto de la Loma”, no era un narcotraficante cualquiera. Fue uno de los pioneros, quizás el primer capo colombiano en lograr traficar cocaína a gran escala hacia Europa. Este logro monumental no lo consiguió solo. Fue posible gracias a su alianza estratégica con la organización criminal más poderosa de la época: el Cártel de Sinaloa, liderado por Joaquín “El Chapo” Guzmán e Ismael “El Mayo” Zambada.
Se estima que, gracias a esta sociedad, “El Robachivas” logró traficar más de 220 toneladas de droga, acumulando una fortuna que superaba los 100 millones de dólares. Y a diferencia de otros capos que optaban por la discreción, a Ojeda le encantaba mostrar su riqueza.

Se asentó en Culiacán, Sinaloa, y su presencia no pasaba desapercibida. Los habitantes de las colonias La Campiña y Las Quintas lo veían pasar en su flamante McLaren F1, uno de los coches más exclusivos y caros del mundo (solo se fabricaron 106 unidades), que usaba, entre otras cosas, para llevar a su hijo a la preparatoria.
El Día que Murió un Rey (y a El Robachivas no le Importó)
El 4 de julio de 1997, el mundo del narcotráfico se sacudió. Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, el todopoderoso líder del Cártel de Juárez, murió en una plancha de operaciones mientras intentaba someterse a una cirugía plástica para cambiar su rostro.

La muerte de un capo de esa magnitud genera una onda de choque. Se esperan condolencias, gestos de respeto, una pausa en los negocios. Pero a Humberto Ojeda, “El Robachivas”, la noticia pareció no importarle en lo más mínimo.
Mientras el mundo del hampa procesaba la caída de “El Señor de los Cielos”, Ojeda estaba completamente absorto en su último gran proyecto: la construcción de una lujosa y ostentosa mansión en Culiacán. No hubo pésame, no hubo luto. Solo ladrillos, mármol y la continuación de su vida de excesos.
La Furia de “El Mayo” Zambada
Esta actitud, vista como una gravísima falta de respeto y una muestra de arrogancia, llegó a oídos de su socio, Ismael “El Mayo” Zambada. Y a “El Mayo”, un hombre de la vieja escuela, de perfil bajo y apegado a los códigos, no le gustó nada.

Según el testimonio de Jorge Cifuentes, otro narco colombiano que fue proveedor del Cártel de Sinaloa, durante el juicio contra “El Chapo”, la reacción de Zambada fue implacable. La falta de respeto por la muerte de Amado Carrillo, sumada a la irritación que ya generaba el estilo de vida presuntuoso de “El Robachivas”, fue la gota que derramó el vaso.
El libro “El Traidor” de la periodista Anabel Hernández profundiza en los motivos: “Al ‘Mayo’ le pareció ‘chocante’ la casa que estaba construyendo”. Además, se rumoreaba que Ojeda estaba aprovechando el vacío de poder dejado por Amado para quedarse con algunos de sus clientes.
El Mayo” Zambada, en alianza con Vicente Carrillo Fuentes (hermano de Amado y su heredero), tomó una decisión. Y en el mundo del narco, las decisiones de “El Mayo” son sentencias.
El Asesinato: 40 Disparos y una Bala con Destino
La orden de ejecución, según el libro, fue transmitida a Vicente Zambada Niebla, “El Vicentillo”, hijo de “El Mayo”, quien en ese entonces tenía solo 22 años. Él fue el encargado de organizar el atentado.

Un día, mientras “El Robachivas” viajaba en su lujoso auto blindado, acompañado de su hijo, un sicario los interceptó y abrió fuego. Fueron más de 40 disparos contra el vehículo. Desde el interior, Ojeda, sintiéndose invulnerable detrás del blindaje, supuestamente miraba al pistolero con una sonrisa burlona.
Pero la suerte, esa que lo había acompañado durante años, se le acabó. Por una extraña y fatal casualidad, una de las balas logró penetrar por la cerradura de la puerta, atravesó el blindaje y se alojó directamente en su corazón.
Malherido, “El Robachivas” intentó conducir hasta su casa para buscar refugio, pero se desplomó sobre el volante a pocos metros de llegar, impactando su coche contra un árbol. Su esposa, al escuchar el estruendo, salió corriendo y, al ver la escena, logró sacar a su hijo del vehículo, poniéndolo a salvo. Para Humberto Ojeda, ya era demasiado tarde.
La Frialdad de un Capo
El asesinato de “El Robachivas” sorprendió a muchos, ya que “El Mayo” Zambada no era conocido por ser impulsivo en sus decisiones de matar. Pero su frialdad ante el hecho quedó de manifiesto años después.
Cuando Jorge Cifuentes le reclamó por el asesinato de su compatriota, la respuesta de Zambada, según el testimonio de Cifuentes, fue escalofriante:
“Si volviera a nacer, lo mataría de nuevo”.
La Lección del Respeto
La trágica y violenta historia de “El Robachivas” es una parábola sobre la soberbia y la importancia de los códigos en el mundo del crimen organizado. Humberto Ojeda fue un narcotraficante visionario, un hombre que amasó una fortuna y que llevó su negocio a niveles internacionales.

Pero olvidó una lección fundamental: en un mundo donde la vida no vale nada, el respeto lo es todo. Su ostentación y su arrogancia al ignorar el luto por uno de los grandes capos de su tiempo fueron vistos no como una excentricidad, sino como una traición. Y en ese universo, la traición se paga con la vida. Su lujosa mansión, el símbolo de su soberbia, se convirtió, irónicamente, en su propia tumba.
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