Autor: Oscar Alvarado
Este cambio va acompañado de tener mayoría calificada
La vida democrática de El Salvador toma un rumbo distinto. El pasado 5 de febrero, Nayib Bukele, quien se autodenomina el líder “más moderno” del mundo, logró la reelección a pesar de que está expresamente prohibida por la constitución del país. Este cambio viene acompañado de la obtención de una mayoría calificada en la asamblea legislativa por parte del oficialismo en 2021.
Bukele ha impulsado sus propias leyes, modificando el poder judicial sin negociar con la oposición, lo que ha erosionado el estado democrático y de derecho. A esto se suma su utilización del ejército nacional para presionar a la asamblea legislativa, la restricción del acceso a la información, el nepotismo en puestos públicos, la disminución del sistema de pesos y contrapesos, la selección de magistrados a su conveniencia, la pérdida de autonomía del poder judicial, la violación de los derechos humanos de los civiles, la persecución política de sus adversarios y los ataques a la prensa crítica e independiente..
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Estas acciones propias de un líder autoritario contrastan con los logros positivos que ha obtenido para sus gobernados, como la disminución de los altos índices de violencia en El Salvador, la apertura del comercio exterior, el fomento del turismo y la mejora de los hospitales, además de su gestión de la pandemia, lo que lo ha convertido en el presidente más popular de Latinoamérica. Al iniciar su campaña en 2019, Bukele basó su narrativa en la existencia de una oligarquía y en la necesidad de un cambio en el sistema político. Sin embargo, una vez en el poder, ha consolidado su posición de manera autoritaria, contradiciendo su discurso inicial.
Hoy en día, no se observa una reflexión crítica por parte de los salvadoreños, sino una excesiva publicidad de la imagen pública de Bukele. Sin embargo, queda la pregunta de qué sucederá cuando las cosas no vayan bien.