El pasado fin de semana se dio a conocer, en algunos medios de información estadounidenses, una carta abierta al pontífice Francisco acusándolo de ocultar la verdad de las acusaciones en contra del cardenal Theodore McCarrick. Dicho cardenal fue líder de la Arquidiócesis de Washington durante seis años, siendo de los cardenales más influyentes en Estados Unidos; sin embargo fue acusado en julio de cometer abusos sexuales en contra de un menor.
La carta, con las acusaciones contra el Papa, fue escrita por Carlo María Viganó un infuyente ex embajador del Vaticano en Washington; quien según el portal El Economista, en un total de 11 páginas dio a conocer que desde hace cinco años el Papa ya sabía que McCarrick era “un depredador serial” y recalcó que “debía dar el buen ejemplo y renunciar junto con los encubridores de abusos sexuales de la iglesia”.
El domingo en una conferencia de prensa, desde el avión que lo llevaba de regreso a Roma después de una visita a Irlanda, el Papa comentó a la prensa mediática que debían leer la carta y confiaba en que la inteligencia periodística ayudaría a evitar pre juicios estorbosos sobre los supuestos encubrimientos de los que se le acusaban.
Sin embargo, esta no es la primera vez que un miembro del Vaticano es acusado de cometer abusos sexuales; basta con recordar aquel reciente evento traumático en Pensilvania donde un reporte detallaba que por décadas alrededor de 1000 niños fueron abusados sexualmente por 300 sacerdotes del clero.
Cada una de estas acusaciones se han quedado simplemente en disculpas públicas, pero no en acciones firmes que denoten que realmente se está haciendo algo para combatir el problema, ¿Realmente la iglesia católica quiere reformarse o simplemente seguir conservando el poder?
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